lunes, 28 de marzo de 2016

Recuperemos la semana santa laica

Durante mi infancia, allá por la década de 1950, la semana santa era el período más negro y triste del año. Era una semana de vacaciones escolares, en la que no se podía hacer nada, aparte de ir a los oficios en iglesias llenas de imágenes cubiertas por velos morados y asistir a tristes procesiones. No había cines, la televisión solo ofrecía imágenes de procesiones y películas religiosas, en la radio no había más música que la de las saetas y además, había que hacer ayuno y abstinencia y, por supuesto, todavía no se había establecido la costumbre de ir de vacaciones a la playa o la montaña.

Poco a poco esta España negra se fue haciendo más laica y los oficios de semana santa pasaron a un segundo plano, totalmente disponibles para los más devotos pero suficientemente distanciados para que los no creyentes no nos sintiéramos agobiados por tanta santurronería.

En este último año se ha vuelto a sentir ese agobio rancio con olor a incienso, que parecía ya perdido en la noche de los tiempos. El protagonismo de las procesiones y demás eventos religiosos se ha recuperado y volvemos a sentirnos inmersos en los rituales religiosos. Los medios de comunicación no cesan de publicitar los oficios religiosos, incluidos los aspectos folclóricos mas tétricos, como "empalaos" y "picaos".

El culto a las imágenes representa uno de los aspectos más primitivos y regresivos de la religión, la idolatría, y sorprende que, en el siglo XXI, tenga todavía la aceptación que tiene.

Los dirigentes políticos, probablemente por su impacto en el turismo, siempre proclive a asistir a manifestaciones folclóricas del tipo que sea, hacen propaganda de la semana santa de su tierra con inusitado entusiasmo. Cualquier pretexto es bueno para atraer turistas, pero, los que todavía creemos en la laicidad de la sociedad agradeceríamos un mayor distanciamiento de las instituciones democráticas de estas manifestaciones folclóricas-religiosas.

Sorprende de forma negativa, que todavía haya unidades militares de uniforme escoltando, e incluso transportando, pasos religiosos. Sorprende, más todavía si cabe, ver a presidentes socialistas de CC.AA. asistiendo a procesiones desde los balcones oficiales y a algún alcalde de Podemos participando en ellas como nazareno.

En un estado laico, la religión, cualquier religión, debe ser considerada como una ideología privada y como tal respetada, pero los representantes políticos no pueden formar parte de ese espectáculo, pues representan también a ciudadanos no religiosos que, además, en España, parece que somos mayoría. Si un dirigente político quiere participar en estos eventos, debería hacerlo de una forma discreta, por ejemplo enmascarado de forma anónima debajo de un capirote y sin anunciar su participación a los medios de comunicación.